Hace diez años dejé de ser maestra. Había entrado en mi vida la posibilidad de acompañar y criar día a día a tres seres que fueron llegando en intervalos de casi dos años. ¡Uf! Lo sigo reviviendo y veo el salto al abismo de ese momento. Entonces no entendía de privilegios ni rango, pero algo me decía que bajaba, que perdía, que iba a doler. Y al mismo tiempo, que quería hacerlo, que iba a ser importante para mí, para mi entorno.