Por Noelia Calvo Casado | Ilustración: Kate Zaichuk

Con la energía todavía en mi cuerpo, del encuentro de Iiface 2021 en el Ashram de San Martín de Valdeiglesias, ya en mi casa, con el ritmo que quiere volver a acelerarse y que yo trato de contener, escribo esta vivencia-compartir-aprendizaje que ha tomado mucho sentido estos días para mí: en la educación, ya sea en el ámbito libre o en el institucional, la facilitación puede ser como agua en el desierto. Me explico.

Hace diez años dejé de ser maestra. Había entrado en mi vida la posibilidad de acompañar y criar día a día a tres seres que fueron llegando en intervalos de casi dos años. ¡Uf! Lo sigo reviviendo y veo el salto al abismo de ese momento. Entonces no entendía de privilegios ni rango, pero algo me decía que bajaba, que perdía, que iba a doler. Y al mismo tiempo, que quería hacerlo, que iba a ser importante para mí, para mi entorno.

En estos últimos nueve años fui creándome ideas (prejuicios) de lo que era la escuela, de lo “mal” que se hacía en esta institución y de lo bonito e ideal que podía ser de otra forma. Probablemente me estaba basando en vivencias, traumas no escuchados, no atendidos en mi infancia y en lo vivido en los diez años anteriores de docencia. El caso es que me fui inclinando hacia la desaprobación del sector docente. De una forma más o menos explícita mi pensamiento era “como no me gusta lo que hacéis lo voy a hacer a mi manera, que es mejor”. Ahora veo mucha arrogancia en esa manera de pensar… Y tenía que ir construyendo, poco a poco, esa nueva manera que quería. Fueron llegando los referentes, fuimos tomando las decisiones que creímos oportunas… Un transcurrir con altibajos y mucho, mucho aprendizaje.

Hace cuatro años llegó la facilitación a mi vida y con ella una mirada nueva, creo, más amplia.

Cosas de la vida, fui con un compañero a facilitar al colegio donde yo había estudiado. Volví a entrar en un colegio después de mucho tiempo y lo que sentí fue duro nada más entrar (recuerdos de represión, autoritarismo, también risas…). Creo que los lugares guardan secretos para nosotros y cuando volvemos a esos lugares el cuerpo recuerda, y quizás puede ser un momento para recolocar, sanar, atender…

Y en esa sesión quise escuchar a las/los maestras/os. Tenía la intención de aportar a sus vidas, a su trabajo; quería compartir herramientas que les sirvieran a entender un poco más las relaciones; a comprender a su alumnado y a sus compañeras/os; a sufrir menos…

Descubrí unas distancias enormes entre sus mundos y el mío. Volvieron a surgir en mí, de nuevo, los juicios y los prejuicios hacia esas personas, esa institución.

En este pasado 2020, por un cambio en la forma de generar economía en mi familia, decido volver a ser maestra el 11 de marzo .¡Tengo cinco meses para adaptar mi mente, mis creencias, mis prejuicios… a lo que va a llegar!

Me pregunto muchos días ¿para qué voy a entrar en el colegio? ¿cuál es la intención que tengo al hacerlo? ¿puedo sacar algún aprendizaje de esta situación (volver a la escuela después de haber pensado que nunca volvería) para conocerme mejor, para conocer mejor el mundo en el que habito? Estas y otras preguntas y la llegada del curso escolar 2020-21 me sumergen en un mundo, a priori, ajeno a mí, a mis valores… ¡pero no! Encuentro los caminos y me conecto con las personas y os comparto lo que he visto: personas haciendo un trabajo con una inercia muy fuerte, por un lado repetitiva y encasquillada, por otro lado muy creativa y muy, muy retadora, con ganas, a veces sin recursos. En un momento de exigencia extrema de saberes y habilidades en su persona (el docente “tiene” que ser una persona con un saber informático, educadora emocional, transmisora de conocimiento matemático, lingüístico, de ciencias, de artes, corporal, mediadora con las familias, saber llevar a la práctica herramientas de trabajo en equipo, de reuniones eficaces, conocedora de las metodologías activas y adaptarse a los constantes cambios de leyes, órdenes, decretos… Con una formación escasa e insuficiente. Y todo eso, con una jornada laboral con cantidades elevadas de alumnado con su diversidad y sus dificultades: ambientes desfavorecidos, maduraciones diversas o síndromes “X” diagnosticados…).

¡Uf! Respiremos, porque esto agota a cualquiera.

Para mí la facilitación es un tesoro, práctico, real, que puede ayudar a aliviar el dolor del mundo, contribuir a un mundo mas libre, mas sano.

Por eso considero que la ayuda que desde el mundo de la facilitación podamos dar al de la educación tanto libre como institucional, podrá repercutir en un mundo mejor para todas.

Abrir la mente y el corazón a la diversidad real, a las personas que no piensan como yo, a las que no viven como yo, a mí me está ayudando a conectar con el camino de la humildad.

Para terminar también me gustaría agradecer a todas las personas facilitadoras de cualquier ámbito (política, ecofeminismo, ecoaldeas, activismo social, educación… y todos los ámbitos que haya, porque en todos ellos, creo, viene fenomenal la aportación de la facilitación. Mucha gente moviendo cosas, unas pequeñas y otras grandes, puede llevarnos a nuevos horizontes. Gracias.