Por Miguel AuA Plaza

Casi sobra decir que son tiempos de cambio, que algunas cosas cotidianas son diferentes ahora, que estamos en un momento poco previsible y de escasas certezas. Caminar la incertidumbre es una de las habilidades que entrenamos para habitar el rol de la facilitación, así como la habilidad de estar disponibles al proceso, a sostenerlo y acompañarlo. Parecen ser tiempos idóneos para entrenar estas habilidades.


Las experiencias vividas en los últimos meses ponen de manifiesto algunas realidades que llaman al rol de facilitación a escala social, a ponerlo en práctica en vecindados, pueblos, diversos tipos de organizaciones… Por ejemplo, durante la primavera ha sido importante generar espacios de encuentro (principalmente virtuales pero también presenciales cuando ha sido posible) donde expresarnos y escuchar cómo otras personas están viviendo esta situación novedosa. Un modo de integrar mayor diversidad de experiencias y de estrategias, de tomar perspectiva y ganar claridad. Han sido círculos de apoyo mutuo para digerir juntas la situación, evitar el creciente aislamiento y cuidarnos a nivel de salud mental colectiva.


En este otoño (en realidad ya desde inicio de verano) ha emergido otro llamado social al rol de la facilitación, que tiene que ver con la tensión social en aumento y con generar espacios de diálogo social donde entender más la diversidad de necesidades que tenemos las personas para encontrarnos y estar en relación. Una labor de fomentar el diálogo social, preparar el terreno para el reencuentro grupal y acompañar a generar los acuerdos que sirven para ello.


Es fácil que la tensión social creciente traiga polaridad e incluso violencia, que se dispare en modo casi automático acusándonos unas o otras de nuestra estrategia para vivir estos tiempos (querer llevar mascarilla o no, estar más relajada o más preocupado, cumplir la ley o querer operar desde la responsabilidad personal…) y que tratemos de forzar al otro a que haga lo que yo hago. La realidad simple y llana ahora es que en cuanto nos encontramos con un grupo con seis, ocho, diez personas la diversidad de necesidades respecto a cómo encontrarnos emerge.

Podemos evitarla momentáneamente, pero emerge en cuanto asoma mínimamente el tema. Es una oportunidad para entrenarnos, la vida misma que nos trae un ejemplo de lo que quiere decir estar en contacto cotidiano con la diversidad y ponerla en diálogo para ir generando consciencia, acuerdos y estrategias para continuar nuestra vida como grupos o comunidades. Un camino bello y con grandes aprendizajes y también con pocos modelos a seguir, ya que nos toca ir construyéndolos.


El enfoque sistémico (poder ver el conjunto y la relación entre las partes, además de las partes) de la facilitación parece ser indispensable también en este momento histórico. El proceso que vivimos es altamente complejo, poco previsible, con tantas implicaciones desde lo ambiental, la justicia social, el modo de vida que llevamos, la salud física y mental de las personas y comunidades, el factor socioeconómico, la salud de los ecosistemas… Un ejemplo esencial ahora del porqué del enfoque sistémico es la salud y cómo generarla. La salud es una elemento complejo (que va más allá de la ausencia de enfermedad) y si bien una parte puede tener que ver con la mayor o menor incidencia de un patógeno, esto es una parte. Nos queda labor en abordar colectivamente cómo construir la salud comunitaria en estos tiempos, el apoyo comunitario y de nuestra red que necesitamos, los acuerdos para encontrarnos, explorar los modos para cuidar nuestra salud mental individual y colectiva (en un escenario que genera más y más apatía y depresión) o cómo nuestra salud está en relación con la de nuestra comunidad, nuestro entorno, cómo atender al riesgo de pobreza emergente… Todo este diálogo social necesario requiere sus espacios y apoyo para poder darse.


Emerge como posible plataforma de encuentro lo virtual, que nos permite mantener continuidad, descubrir algunas nuevas posibilidades y ofrece un gran apoyo como complemento. A la vez, no sustituye al encuentro presencial, a la piel, a la sensación de estar cerca de otras personas, al poder de la presencia y el ritual del encuentro social. Un buen momento para recordar que el distanciamiento físico no es social, que no impide seguir encontrándonos de otros modos (al aire libre, en grupos menores cuidándonos cuanto necesitemos, inventando maneras creativas…), que somos seres sociales que necesitamos el encuentro para encontrarnos. Y ahora necesitamos entrenarnos en cómo encontrarnos teniendo en cuenta una diversidad de necesidades.


De alguna manera, en estos tiempos de transición y cambio se amplifica el llamado social a la facilitación, un rol que vas más allá de lo técnico y lo clínico, un rol de acompañamiento de los procesos grupales, pero también comunitarios y sociales. Recuperamos la parte comunitaria del rol, como también la parte casi chamánica de poder ofrecer espacios de encuentro y apoyo mutuo cuando el camino es incierto para todas, para la comunidad, y es en “el estar juntas” que vamos encontrando dónde va el siguiente pie y dibujando el camino paso a paso. Facilitación como una herramienta para la transformación social y cultural.


Un buen terreno para apoyar desde la facilitación el diálogo social y los espacios de encuentro que favorezcan ir desarrollando esta salud integral que necesitamos como personas, grupos, comunidades y como parte de la vida que somos.