Por Irene Moreno

Uno de los obstáculos mentales que nos encontramos las facilitadoras a la hora de acompañar #conflictos es que una parte del conflicto cree que el problema es «la otra parte», ¿te suena?

En estos casos, parte del acompañamiento consiste en ayudar a desidentificar la tensión de la persona que «nos la trae», además de explorar las emociones que hay detrás, etc. Pero os pregunto… ¿existe realmente algún caso en el que, efectivamente, el problema sea «el otro»?
Os traigo algunos ejemplos en los que la otra parte pueda ser causante de que no tengamos espacio para abordar el conflicto, en forma de «condiciones» para poder abordarlo:

1. La otra parte debe tener consciencia de que existe una tensión o conflicto. Si asumimos que existe un conflicto, podremos asumir la responsabilidad necesaria para resolverlo.

2. Además de asumir que existe un conflicto, debe haber un deseo o intención mínima de resolverlo. Si alguien no quiere sentarse a hablar, es difícil que consigamos un espacio para hacerlo (a no ser que se trate de un espacio formal tipo laboral y que otros nos «obliguen» a sentarnos a hablar).

3. Una vez existe conciencia de la tensión y voluntad para resolverla, la tercera condición es que se nos reconozca como interlocutores válidos. Si la otra parte no cree que seamos quién para abordar esa cuestión (no nos legitima), no podremos establecer un diálogo de calidad.

4. Y por último y no menos importante: cada parte debe reconocer en sí misma cierta «plasticidad«, cierto espacio para lo nuevo.

¿Os parecen obstáculos insalvables?, ¿o solo puertas por donde empezar a intervenir?