Por Meri Rosendo

Últimamente noto mucho cuan secundario es en nuestra sociedad el no saber. Existe una voluntad o máis bien urgencia por querer entender, controlar, anticiparse, resolver, saber.

A menudo, cuando no encontramos respuestas, o algo nos pilla desprevenidas, cuando las cosas no salen como las habíamos planeado o cuando nos encontramos atoradas sin saber cara a donde tirar, emociones como la rabia o la frustración emergen.

Esto no debe verse sólo como una dinámica individual e intrapersonal, existe un patrón social que sustenta ese mismo sistema de creencias: lo que está valorado es saber, conocer, prever, controlar, resolver. Habitar la incomprensión, la duda, la inseguridad, la no certeza, no está bien, porque entonces pareceremos débiles, faltas de fortaleza.

La fortaleza se ha relacionado históricamente con la seguridad y ésta con la valentía. Y todo ello se ha encuadrado en la esfera de lo masculino, alimentando un estereotipo de género que el patriarcado ha mantenido hasta nuestros días.

En los grupos, a menudo seguimos perpetuando este patrón patriarcal en tanto no nos permitimos no saber. No es común darle espacio a la inseguridad o dedicar tiempo al silencio de la incertidumbre; darle voz al estar perdidas y bucear para explorar. Es más común intentar “ayudar” buscándole respuestas a quién no sabe y seguir priorizando esa idea blanca y capitalista de “aprovechar el tiempo” como si el tiempo realmente se pudiera perder.

Nos invito a explorar la vulnerabilidad y la incertidumbre en los grupos y a aprender a danzar en el arte del no saber. Y dejarnos sentir, a ver qué pasa.