Texto: María Molero

Emprendo este escrito con algo de cautela. Es fácil percibir, y en eso coincidiréis la mayoría, que este es un tema muy sensible. Toca nuestra identidad más sentida, con mucha carga de sombra y trauma personal, familiar y colectivo. Y eso para mí significa el miedo a que cualquier diferencia de fondo o forma que aflore puede tocar alguna herida, aún pretendiendo cuidado.

Pero me he decidido porque esta mirada es de muy hondo interés para mí, pero creo que no solo para mí. El género ha sido un sello de mi trabajo por décadas, pero además ha atravesado más preguntas que respuestas sobre mi identidad mujer. Aprendí pronto a decir “no” a lo que se me pedía, pero he echado de menos encontrar un “sí” con resonancia de género.

Me decido también porque confío mucho en que todas las personas queremos entrar y abrir la mente todo lo que sepamos. Y si puedo, quiero aportar.

¿A qué me refiero con liderazgo yin? Soy consciente de que uso un lenguaje poco habitual dentro de los feminismos noroccidentales, pero para mí lo que subyace no es prescindible. Reconozco mi propia brecha generacional referida al lenguaje trans, aunque su mirada también me pertenece desde joven. Veo importante su significado en términos de deconstrucción de viejos conceptos culturales rígidos sobre hombre, mujer, masculino y femenino. Sin embargo, hasta ahora echo en falta esta mirada que quiero aportar, y que tras algunos feedbacks, me animo a incluir.

Me atrevo a decir que los nuevos liderazgos que yo anhelo requieren ponerse en manos y anclarse en el poder de la energía yin. ¿A qué me refiero? La energía yin (y yang) es un concepto asociado al Tao, pero realmente es algo universal. Podemos denominarla también femenina, pero así tiene demasiadas connotaciones. La energía yin es universal en el sentido de que está presente en todas las personas y en toda la vida colectiva y planetaria. Sin embargo, es cierto que demasiadas veces -esto es parte del trabajo pendiente- se asocia con los roles y lo que culturalmente hemos denominado femenino, tan interpretable… Por eso voy más allá. A salvo de que todo es revisable -y me encantaría recibir sabiduría grupal para ello-, entiendo como femenino yin esa energía vinculada con dos polaridades importantes del sentir, ambas internas.

La energía yin es la expresión interna de esa energía nuestra que surge desde la conexión. El sentir surge de la conexión, más cuanto más niveles de conexión: desde la conexión madre-bebé hasta la llamada conexión del enamoramiento o el amor, o cualquier experiencia (naturaleza, música, arte, etc.) que nos conecte con niveles más profundos -expresados en paz, belleza, alegría- e interconectados de lo que somos. Y de lo que es.

Pero la energía yin también se refiere a nuestra energía colapsada (inconsciente y sin digerir), que nos divide y nos separa de partes nuestras y del resto, que en el símbolo del Tao se representa oscura y que es hora de rescatar amorosamente con toda la sabiduría y el potencial evolutivo que encierra. Ello en contra de todo lo juzgada y excluida que ha sido hasta hace tan poco, desde nuestra cultura patriarcal masculinizada, donde el mayor valor era “ser fuerte” en el sentido de resistir o tener dureza desde la fuerza física y exterior y el dominio sobre la otra persona. Desde el control. Entrar en nuestra sombra requiere el coraje de soltar para exponerse, afrontar y atravesar nuestra vulnerabilidad. Y eso también empodera, mucho, cuando sabemos cómo.

Quiero dar un pasito más, de nuevo revisable desde la sabiduría colectiva. El sentir que expresa conexión suele traducirse hacia afuera en actitudes y valores que surgen de manera natural -si no se reprimen- y permiten experimentar el sentir yin: apertura, receptividad, entrega, escuchar, inclusión, vibrar sin sentir separación, cuando se trata de conexión; y también sentir pero esta vez con coraje, honestidad, interconexión de niveles internos, curiosidad, desidentificación, conciencia y sabiduría, responsabilidad y empoderamiento, para atravesar y trascender la experiencia de la sombra inconsciente -miedos, tristezas, ira- y desplegar su potencial. En cambio, la parte estructural de la fuerza, resistencia y control con los que tantas veces reaccionamos al dolor y al malestar, nace de cerrarnos a sentir. Y a conectar. Con una misma y uno mismo. Y con la otra persona. Ahí nos entumecemos, nos disociamos, nos desgastamos y nos perdemos muchas cosas.

Para terminar, me gustaría ampliar qué significa poner nuestro liderazgo en manos de nuestra energía yin. Básicamente, significa que todo lo dicho sobre esta energía, si logramos que se despliegue en nuestro interior, también se desplegará hacia afuera en toda expresión yang (manifestación externa). Es decir, ese sentir y esa conexión estarán presentes y pondrán luz a nuestra mirada o visión sobre lo otro y las otras; vibrará cálida en nuestra palabra; tejerá desde la red conectiva nuestros actos; otorgará coherencia y alineación a nuestras decisiones e innovación a nuestras creaciones, facilitará la evolución inclusiva e integral de nuestras relaciones y nos ayudará a ejercer el poder, y todos nuestros poderes, con sabiduría, miradas e intereses interconectados. Nacerá con ello de manera creciente esa interconexión yin-yang, a la vez interna y externa. En cada persona. En cada relación y en cada grupo. Y ayudará a tejer un nuevo nosotros y nosotras, reflejado en cada cosa. En una realidad más y más impermanente y viva. En constante baile entre la separación fugaz que reconoce diversidad y el magnetismo yin reintegrando siempre de manera más inclusiva conceptos, espacios, dimensiones, identidades y relaciones en los espacios de manifestación.

¿Cómo hacerlo? ¡Ya lo estamos haciendo! De muchas formas. Se puede aún más. Y en todo caso es una invitación a explorarlo.