Por Núria Baldrich Mora | Foto: Schäferle

Hoy quiero compartir unas ideas sobre la vulnerabilidad, un tema esencial al ser un aspecto ineludible de nuestra humanidad. En el rol de facilitación o como miembr@ de un grupo, si no la escuchamos, afecta a nuestro liderazgo, a las dinámicas de vinculo, y a las posibilidades de crear algo grande desde lo colectivo.

A pesar de ello, no es demasiado habitual ni nos resulta fácil estar en contacto con ella. De hecho, la cultura mayoritaria, que sostiene que la vulnerabilidad es signo de debilidad, promueve que así sea.

En nuestro marco cultural, lo que acabamos haciendo es luchar contra nuestra naturaleza vulnerable. Al operar así, pero, se produce un efecto contraproducente: cuando nos insensibilizamos de aquello que no queremos experimentar (lo asociamos a negativo y/o a incómodo), también estamos desconectándonos de otros afectos y de nuestra fuente de poder como Seres creadores.

Los Stone plantean que cuando nacemos somos pura vulnerabilidad. Es durante nuestro desarrollo social que se empiezan a constituir una serie de yos primarios (yos con los que nos identificamos), que nos dan el poder de afrontarnos a la vida. Sin estos yos seríamos víctimas del mundo.

En este contexto, todo el sistema primario de yos está protegiendo la vulnerabilidad. Así, cuando esta se hace presente, encontramos como solución el actuar desde estos yos para salir de ella lo antes posible. Igualmente, la incapacidad de estar en contacto con la propia vulnerabilidad, implica que nos cuesta sostenerla en otr@s.

En definitiva, la internalización de la cultura nos hace creer que mostrarnos puede ser sinónimo de vulnerabilidad definida en un sentido limitante. No queremos sentirnos vulnerables y, desde nuestra preferencia a estar en el poder hacer, entran en escena los yos primarios. El problema es que estos yos que han aparecido para proteger al/a la niñ@ vulnerable, tampoco están en conexión ni lo escuchan.

Ignorar la vulnerabilidad tiene un precio. La aversión a sentirla hace que, por un lado, perdamos poder personal y, por otro, nos lleva a entrar en dinámicas relacionales desde el reclamo a que atiendan nuestras necesidades de amor, de atención, de ser vistos, de pertenencia… Es decir, la dificultad de conectar con la propia vulnerabilidad y, desde esta conexión, dar respuesta desde la mirada adulta, hace que busquemos fuera cubrir las necesidades que no estamos atendiendo nosotr@s. Cuando hacemos esto es como si pusiéramos nuestr@ niñ@ en las piernas de l@s otr@s (reclamando y/o culpando).

Haciendo esto nos convertimos en víctimas, limitando la posibilidad de crecimiento. Además, cuando somos víctimas, nuestro dolor nos hace verdug@s: hacemos responsables a los demás de nuestro dolor y los definimos como l@s mal@s. Por contra, cuando somos responsables de nuestro aspecto vulnerable tomamos nuestro poder.

En este contexto, hasta que no abracemos el aspecto vulnerable estaremos constantemente haciendo cosas para recibir el amor que no somos capaces de darnos (abrazarl@ desde la parte adulta permite decir sí cuando es sí y no cuando es no).

Después de estas reflexiones, la conclusión es que conviene que reformulemos nuestra relación con la propia vulnerabilidad. Es necesario poder estar en contacto con el/la niñ@ vulnerable y, desde la conexión, poder escucharl@ y atenderl@. Por un lado, porqué es el aspecto que nos permite la conexión íntima con l@s demás: si queremos encontrar el camino que nos une, no nos queda otra que transitar la vulnerabilidad (para que exista la conexión, hay que dejarse ver de verdad). Por otro lado, porqué una nueva forma de relacionarnos con ella es esencial para recuperar el poder personal perdido.

En todo caso, es algo más fácil de decir que de hacer. Según Brené Brown, de la cual me he inspirado en algunas ideas, para tal fin se requiere coraje. En sus palabras “Coraje (del latín «cor» de corazón) significa, originalmente, explicar la historia de quien eres con todo tu corazón”. Y añade “Tener el coraje de ser imperfectos, y la compasión para tratarse con amabilidad para, después, poder tratar con amabilidad a l@s demás”.

Sin embargo, en eso de explicar tu historia con todo tu corazón, cabe alertar de una trampa: la de abrirnos, recibir un impacto, y no tomarnos la responsabilidad de haber escogido abrirnos (hay que tener claro que es una decisión el cuándo, cómo y dónde abrimos).

Finalmente, quiero apelar en particular a aquellos que os identificáis con ser agentes de cambio. En una formación en la que anduve, se plantaron algunas ideas interesantes que quiero compartir.

Se planteaba como es muy común que nuestro viaje como agentes de cambio se inicie en el actuar, inconscientemente, desde nuestras heridas. Así, la motivación que hay detrás es que queremos cambiar el mundo para que no nos duela. Actuamos en automático desde el dolor y, desde aquí, no podemos promover cambios.

Es desde la vulnerabilidad desde donde puede nacer la creatividad y el cambio que queremos ver en el mundo. Honrarla como parte ineludible de nuestra humanidad (darle la bienvenida respetuosamente), es lo que nos permite romper el maleficio que mantiene todo como de costumbre, a pesar de no estar en consonancia con nuestro proceso evolutivo. Además, cuanto más en contacto estamos con ella, más en contacto estaremos con nuestras motivaciones más profundas y con el servicio.

Por tanto, en lugar de temer el dolor y, ante ello, querer cambiar el mundo para no sentirlo, la idea es sacar fuerza de él para, ahora sí, poder generar un impacto positivo. Actuar utilizando lo que somos es la fuente desde la que se pueden promover cambios potentes y bellos. Así, actuar desde lo que verdaderamente somos para dar lo mejor de nosotros se podría asemejar a una bella perla que entregamos al mundo y que, a su vez, nace desde el dolor. Si no conoces el proceso de creación de una perla, te cuento que la perla surge a partir de un irritante que entra en un molusco y que, este, cubre de nácar. Es decir, en el centro de esa bella perla, hay una herida desde la que se originó tal belleza a ojos del mundo.